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Amada mía.

Hacia dos meses que el debilitado cuerpo de Agustín no podía salir de la cama. Conforme venia avanzando Octubre las noches se le antojaban mas frías. Desde el jueves pasado el calentador estaba prendido todo el tiempo. Irma su mujer iba y venia de la cocina al pie de la cama. Sus arrugadas manos le traían de beber, lo cobijaban bien para que conciliara el sueño. La noche de ayer y una antes, tuvo fiebre muy alta, Irma no se apartó de su lado ni un instante. Le ponía paños húmedos y le acariciaba la frente. Le recordaba aquellos paseos que hacían por el campo, cuando los dos tenían veintitantos. Agustín se dormía sintiendo las cálidas manos de su esposa, escuchando el eco de su dulce voz. Por la mañana un dolor agudo en el estomago lo despertaba, Agustín no recordaba cuando había sido su última comida. Cuando comenzó a no retener nada luego de la quimioterapia, y se desgarró el esófago con tanto vomito, decidieron que era mas sano limitarse a una dieta liquida. El medico había venido algún día de la semana pasada, a traerle algunos remedios para el dolor, que en realidad no se lo quitaban. Morfina inyectada cada hora, pero los dolores eran tan fuertes que cada hora ya no bastaba.
–Don Agustín, su condición es terminal. No debiera quedarse aquí. Quiere que llame a su hijo para que venga a cuidarle? Ande, no sea niño. Desde que muriera Doña Irma ustedes no se hablan. No le gustaría volver al hospital? No se quede a morir aquí solo y con pena –Agustín sonreía con las pocas fuerzas que le quedaban a su cuerpo. –Pero doctor, quien le ha dicho que estoy solo?
27 Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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Por si no te vuelvo a ver.

He de haber medido apenas un metro veinte centímetros. La cama de mi abuelo era de esas altas con patas muy gruesas, de las que tienen postes a los lados para el raso. El abuelo había estado enfermo desde que yo me acuerdo, mucamas iban y venían a su alcoba para atenderle y limpiarle. Yo me paraba de puntillas para mirarlo. De mi abuela ni me acuerdo. Mi madre también había muerto hacia mucho, así que en la casa solo éramos hombres, mi padre, el abuelo enfermo y yo. Las mujeres que nos rodeaban eran todas mucamas o doncellas al servicio de la casa. Mi padre que estaba ahora al cuidado de los cultivos de tabaco, era en realidad como un huésped, en ocasiones llegaba solo a dormir y partía otra vez a muy temprana hora. Yo me pasaba las horas vagando por los pasillos de aquel enorme caserío, mirando y remirando los cuadros de los parientes muertos. Las antigüedades que en lugar de decorar, daban un aspecto realmente tétrico a todo el ambiente. El lugar mas alegre quizá, era la cocina; mandada a pintar de un amarillo muy subido que según decía la cocinera, había sido escogido y traído de Francia por mi propia abuela. Por las ventanas entraba mucha luz y el olor a pan recién tostado era una maravilla para mis sentidos.
Una mañana escuché decir a mi nana que el abuelo había empeorado, que se tenia que esperar lo peor, le encargó al ama de llaves que escribiera un telegrama para hacer venir a mi padre.
Aunque las mujeres a cargo de la casa eran muy discretas, era imposible ocultar lo que sucedía. Unas traían y llevaban mantas, agua, esponjas.
La nana me hizo bañar y aunque no era domingo me pusieron mi traje oscuro y mis zapatitos de charol.
Por un instante todo aquel movimiento cesó, no mas pasos presurosos en los corredores, ni cuchicheos. Entonces me llevaron al cuarto del abuelo. Me dijeron con voz muy quedita que tenia que estarme quieto y muy calladito.
Me dejaron sentado junto a la pared entre la cómoda y la cama del abuelo. Mis pies colgaban y yo los hacia mover en círculos.
Una de las mucamas entró a la habitación acompañada de una de las doncellas mas jóvenes, traían un montón de sabanas blancas. Con ellas comenzaron a cubrir todos los espejos de la habitación.
Cuando pasó mucho rato y sentí hambre fui con mi nana y le pedí galletas. Me dijo que tenia que comportarme, que ya habría tiempo después para galletas. Le pregunté entonces por que habían cubierto los espejos? Nana me dijo suavemente casi en el oído, que mi abuelo ya estaba muy grave y que iba a morir. Que no tenia que tener miedo, por que ahora mi abuelo descansaría de todos los dolores que sufría. Me dijo que aquellos espejos debían cubrirse para que cuando el alma de mi abuelo abandonara su cuerpo, no se quedara atrapada en ninguno de ellos. Por que a veces las almas se dejan deslumbrar por las cosas bellas, y no hay nada más bello que un alma mirando su propio reflejo.
Me impresionó tanto lo que me dijo la nana que regresé a mi asiento y me quede muy quieto.
Ya era de noche cuando llegó mi padre todo nervioso y agitado. Venia acompañado de un medico y un sacerdote. En un instante la habitación estaba repleta de gente. Yo no podía dejar de ver al abuelo, esperaba que algo sucediera.
Derepente mi abuelo se agitó muy fuerte, su boca se abrió grande pero no dijo nada, Entonces yo me puse atento, deseaba mirar el alma de mi abuelo elevarse por encima del raso de su cama y volar al cielo. Pero no vi nada.
Luego de eso las cosas siguieron como siempre. Mi padre en las plantaciones, y yo perdido en aquella casa. Para mi cumpleaños número doce me regaló una cámara fotográfica, una polaroid instantánea.
Ahí fue donde comenzó mi amor por la fotografía, por capturar imágenes, colores, las miradas de nana, a la cocinera tostando pan. A donde quiera que fuera yo, iba mi cámara.
Aquella tarde de finales de abril hubo una gran tormenta. Mi padre cayó del caballo y lo trajeron a casa muy grave.
Mi nana se paseaba llorando por toda la casa mientras los médicos lo revisaban, pidieron agua caliente, mantas, alcohol.
Le lavaron las heridas pero nada fue suficiente. Eran las heridas que no se veían las que lo mataban.
Entonces me bañe sin que nadie me lo ordenara, me puse mi traje oscuro y mis zapatos de charol. Entré a la habitación de mi padre y me senté a un lado de su cama. Muchas de las mujeres de la casa lloraban copiosamente. Nana no levantaba la mirada y sumía la nariz en el pañuelo. Esta vez los espejos no fueron cubiertos, tal vez por la premura, por el shock, nadie se acordó de hacerlo.
Yo me quedé muy quieto, esperando, esperando a que algo sucediera como cuando murió el abuelo.
Cuando la tormenta era mas fuerte allá afuera, mi padre infló su pecho con aire y luego lo dejó ir. Entonces un delgado hilo de humo blanco salio de la boca de mi padre y se elevó por encima de mi cabeza; cuando estuvo frente al espejo mas grande de la habitación, se quedó mirandose con los ojos cubiertos de una ternura que yo jamás había visto en él, se le veía tan tranquilo, tan radiante. Yo saque mi cámara y tomé una fotografía. Luego, la figura de humo blanco se disipó en el aire como el último suspiro de mi padre.
He vivido para capturar cosas que muchos jamás verían sino fuera por mis fotografías.
Ahora que tengo 72 años y estoy muriendo, no he permitido que nadie cubra los espejos de mi habitación.
No le quiero negar a mi alma mirarse a si misma antes de partir.
24 de Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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Para tu calaverita.

Teodoro era un hombre denso como pocos. Desde pequeño su madre lo educó cariñosamente, enseñándole a ser bueno, a tratar bien a los demás, a considerar primero las necesidades de los otros antes que las suyas. Le enseño que a las niñas no se les toca ni con el pétalo de una rosa. Y así creció Teodoro rodeado de mujeres que le enseñaban lo dulce de la vida, por que cuando eres niño que mujer no es dulce contigo?

Fue durante su juventud que lo sorprendió aquel despertar terrible. Comenzó a darse cuenta de que las mujeres no son esas criaturas celestiales que él tenía en mente. Descubrió con mucha decepción que las mujeres son caprichosas, mal humoradas, controladoras, incoherentes.
Aun así, nuestro dulce Teodoro se mantuvo firme en su trato con las féminas, siempre cortes, caballeroso, considerado, incluso si unos ojos verdes le sonreían, se podía convertir en ese hombre encantador que no siempre dejaba ver.
Fue solo bajo el hechizo de aquella piel tan blanca, que Teodoro se rindió totalmente. Nada le parecía suficiente para ella, ni siquiera él mismo. Quizá por eso realmente nunca lo fue.
Solo hay dos cosas que el amor no pasa por alto, la falta de imaginación y el que realmente nunca haya sido amor.
Tan solo tres años después Teodoro se quedó solo, con el corazón roto, y una tristeza que poco a poco se convirtiera en la peor de las decepciones. La decepción se volvió coraje y luego ya no quedaba nada más. Pese a que hubo quien le suplicaba por un poco de atención, de su afecto, a él ya no le importaban esas cosas, tal vez, ya no quería que le importaran.
Yo en lo personal, comparto con Teodoro la decepción, el coraje de saber que siempre hiciste lo correcto, que siempre diste todo lo que podías y un pico mas, pero nunca nada es suficiente. Yo se lo que es despertar con ganas de seguir durmiendo, lo detestable que te vuelves para ti mismo intentando ser el de siempre para los demás. Tener que sostener la sonrisa feliz durante todo el día, o al menos mientras los demás te miran. Por que no hay nada peor que sentirte fatal y que encima te hagan preguntas idiotas.
Hoy es sábado, son apenas las diez, Teodoro sale de casa temprano para comprar jugo y algo para desayunar. Llegando al supermercado decide meterse al departamento de discos. Perder el tiempo mirando carátulas viejas le caerá bien. Toma de una repisa un disco ochentero y checa la lista de canciones. De reojo junto a él una figura alargada envuelta en una tunica negra, estira su huesuda mano para tomar el mismo disco.
Teodoro lo mira de reojo sin moverse y casi sin respirar.
Disimuladamente, Teodoro devuelve el disco a su repisa y sale del departamento de discos, al llegar a frutas y verduras toma una cesta y comienza a llenarla de fruta. Cuando levanta la mirada, a solo dos pasillos de donde él se encuentra, está la figura negra, esta vez también tiene una cesta bajo el brazo y pone frutas en ella.
Teodoro se siente ahora realmente incomodo, camina apresuradamente al departamento de farmacia y le pide al encargado unos multivitaminicos. Cuando llega al área de cajas a hacer fila, la figura negra está a unas cuantas cajas de la suya. Cuando la cajera le indica el monto a pagar, Teodoro busca nerviosamente el dinero en su billetera, paga apresuradamente y baja al estacionamiento.
Para poca sorpresa del hombre, la muerte también viene bajando por la rampa con su carrito lleno de víveres.
–Bueno, creo que ya estuvo suave eso de andarme siguiendo ¡ –le dice Teodoro a la muerte en un tono no muy amigable y con la respiración un tanto agitada. –Seguirte yo? –dice la huesuda poniendo el dedo índice sobre su pecho. –Como para que demonios crees que a mi me interesaría seguirte, compadre? –Pues no se, pero ya me pusiste nervioso y de malas, dime de una chingada vez que es lo que quieres. Y si vienes a llevarme, pues llévame y ya pero deja de estarme fregando…y no soy tu compadre ¡. –Ah pero tú crees que quiero llevarte? –dijo la muerte y luego soltó una sonora carcajada. –Mira, Teodoro, cálmate, aunque te has pasado de la raya hablándome de un modo tan altanero. Te aclaro que a mi no me interesa llevarme a gente como tú.
–Gente como yo? –Exactamente.
Teodoro no entiende lo que la muerte le quiere decir, con eso de “gente como tú”, no se supone que todos somos mortales ? Que la muerte tiene que venir a recogernos a todos cuando nos llegue la hora ?
–Podrías, si no fuera mucha molestia, explicarme eso de “gente como yo”?.
–Veras, mi entusiasta Teodoro, yo nunca doy explicaciones. Pero viendo lo agitado que estas, te contaré un poco como está tu situación, y solo por que has bajado tu tono de voz. Aunque lo hayas cambiado por uno tan sarcástico.
A mi no me interesa para nada echar un viaje para llevarme a un tipo como tú, y no es para que te sientas menospreciado por favor. Espero que no seas de esos a los que les gusta gimotear cuando alguien no los quiere. Mira, tu alma hace rato que divaga por un mundo muy lejano al tuyo, tu espíritu te abandonó cuando perdiste por completo la esperanza, y lo poco que te quedaba de integridad, ve tú a saber a donde fue a parar. Lo que queda de ti no es más que un pinche cascaron. Eres un zombie Teodoro.
Realmente no entiendo por que maldita razón te sigues despertando cada mañana. Yo la verdad es que, te llevaría con mucho gusto pero, no tengo espacio para ti.
Así que tendrás que dispensarme por no llevarte. Y si alguna otra vez nos volvemos a encontrar, por que siempre hago mis compras aquí, en mucho te he de agradecer que no me devuelvas el saludo.
La muerte puso una de sus largas manos sobre el hombro de Teodoro, y se fue empujando el carrito del supermercado.
Subió sus bolsas a la cajuela de su camioneta y se fue.
Lilymeth Mena
23 Octubre, 2010.
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Tres no, uno si.

Para encontrarse en el sexto mes de gestación, el vientre de Mariana no era muy abultado. La doctora la hizo bajar de la báscula, que marcaba apenas cuatro kilos más que su peso regular. Aunque su contextura siempre había sido delgada a la doctora le preocupaba mucho. La enseñaba a calcular el peso aproximado que tendría su bebe al nacer, le decía cosas como “tienes que considerar el liquido amniótico, la placenta; al final tu bebe pesara muy poco, necesitas alimentarte mejor”. Enrique su marido, al que llamaba cariñosamente “Quique”; era un hombre bonachón unos años mayor que ella. Se preocupaba tanto por lo que decía la doctora, que se la pasaba comprándole a su mujer cuanto chocho y vitamina se le atravesaban. Llegaba del mercado cargado con botellas de jugo, fruta, carne, dulces, todo aquello que pensaba que podía tentar los antojos de Mariana. Pero la muchacha comía como pajarito, poco y muy escogido.

Eran mediados de mayo, el sol calentaba tanto como los hornos de la panadería de Quique. A las dos de la tarde Mariana solía llevar la comida para su marido y los dos maestros franceseros. Para esa hora la mesa de trabajo estaba llena de masa, harina, barniz de huevo. Los hornos terminaban de dorar las baguettes y los bolillos para en la noche, en la vitrina grande el pan de dulce invitaba con su aroma a echarlo en la bolsa de papel, o meterle una mordida. Esa tarde pasaban de las dos cuando Mariana salía de la puerta trasera de su casa, con charola en mano. Quien sabe si debido a algún mareo, un vagido de esos momentáneos del embarazo; la charola resbaló de sus manos y la mujer terminó vientre abajo en el suelo.
Cuando Quique notó la tardanza de su esposa corrió rodeando la panadería. La encontró todavía boca abajo, sin sentido, bañada en sangre.
La pérdida de ese bebe los mantuvo deprimidos mucho tiempo. La bonita cara de Mariana se notaba demacrada. En sus ojos se adivinaba esa tristeza silenciosa, que guardan algunas mujeres en una parte muy profunda del corazón. Fue dos años después que la adelgazada mujer quedara de nuevo encinta. Esta vez todo seria distinto, Mariana estaba cuidando su peso, comía mejor, se le veía radiante, feliz. Quique no pensaba pasar por lo mismo, contrató a una muchacha para que ayudara con los quehaceres de la casa. Su mujer se dedicaba a tejer, mirar las telenovelas y comer bien. Para el cumpleaños 26 de Mariana su esposo le preparó una comida, todos estuvieron contentos de ver a la pareja tan repuesta. Esa noche luego de que los últimos parientes se retiraran, y que se recogiera la mesa, un dolor intenso los obligo a correr a la sala de urgencias. Cuando llegaron al hospital ya había sangre en el vestido de Mariana, su regalo de cumpleaños. La doctora les explicó que el útero de Mariana tenía algunas malformaciones que habían ocasionado los abortos. Pero una explicación paciente y detallada, no alivia nada. Se les aconsejo no intentar otro embarazo, se les recomendó un especialista en terapia.
Ignorando los consejos, Quique y Mariana intentaron un nuevo embarazo. Él por hacer feliz a su esposa, ella por que no podía rendirse ante de idea de no ser madre. Sus hermanas, todas ellas, tenían tres o cuatro hijos. No era posible que dios le negara un bebe, uno solo.
Pese a que su nuevo medico le realizaba chequeos mensuales, la historia se repetía para el segundo trimestre de gestación. Esta vez Mariana había quedado imposibilitada para concebir. No habría más intentos, ni más fracasos.
Quique se desvivía por consentir a su querida y quebradiza esposa. Mariana realizaba sus labores domesticas como toda ama de casa. Frecuentemente su marido la encontraba con la mirada perdida, como cuando está uno mirando la nada, que se encuentra detrás todas las cosas.
Cuando sus sobrinas crecieron y tuvieron sus propios hijos. Ella les tejía ropita, los cargaba con la mirada vidriosa.
Quique murió a los cincuenta años de un paro cardiaco. Aparentemente causado por su gusto a comerse las utilidades, su hinchado corazón no pudo con tanta grasa saturada de pastel envinado. Mariana ha vendido la casa y la panadería por consejo psiquiátrico, sus nervios no soportarían otro colapso, no estar sola le ayudará a sobrellevar la viudez.
Su hermana mayor se inquieta por que pasa mucho tiempo sola encerrada en su habitación. Como siempre, come poco.
Una noche la hermana va al cuarto de Mariana, la cena esta lista y quieren que baje a comer con ellos, no la han visto en todo el día. La hermana entre abre la puerta.
Mariana se toca el vientre frente al espejo. Sus dedos encrispados acarician la barriga rellena de trapos que la mujer se ha embutido debajo el vestido. “Este tiene que nacer, Quique” Dice la mujer con la mirada perdida en la nada.
19 de Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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Las dos Rebecas.

Los sábados por las mañanas, Rebeca y su madre suelen ir al mercado de pulgas que se pone en la avenida central. Si quieres antigüedades y curiosidades, es ahí a donde debes ir. En esos lugares se encuentra de todo, hasta lo que uno menos se imagina. Cuando Rebeca vio aquel marco de madera tallado a mano no pudo evitar comprar ese espejo. El hombre que se lo vendió dijo que el espejo tenía por lo menos cincuenta años. Se lo había comprado a la hija de una vecina muy anciana que había pasado a mejor vida, y que lo tenia por objeto muy querido.

El espejo quedó postrado perfectamente sobre el tocador de Rebeca. Todas las mañanas la chica salía de bañarse y se sentaba frente a su nueva adquisición. Sin dejar de mirarse, como en una especie de sopor. Se secaba el cabello y se lo cepillaba. Se vestía, se maquillaba. Era como si pudiera ver algo más que su simple reflejo.
Cuando llegaba de la escuela lo primero que hacia era sentarse en el tocador. Dejaba los libros a un lado y se quedaba ahí por largo tiempo. A veces la madre se asomaba a la habitación de su hija, la miraba sentada ahí en febril contemplación, rozando con delicadeza las puntas de los dedos sobre su mejilla. Como si estuviera delante de algo tan hermoso que mereciera ser adorado.
Los meses pasaron y era notable el cambio de hábitos de la joven. Ya no pasaba tiempo con sus amigas, no escribía con la frecuencia acostumbrada en su diario, y su apetito era de contentillo. Aunque se le notaba más delgada, su rostro seguía siendo muy hermoso. Pero, quien no es hermoso a los veinte años?
Mientras Rebeca se admira con la tersura de su piel y sus sonrosadas mejillas. La otra Rebeca, la que vive adentro del espejo la observa con envidia. Esta Rebeca no es como la que se sienta durante horas a adorarse. Aunque físicamente el parecido es innegable, la otra muchacha, la que vive atrapada en un mundo lleno de sombras, tiene ese brillo de inconfundible maldad en los ojos, una mueca perversa que deja juntar un poco de saliva en la comisura de sus labios.
Todo lo que la verdadera Rebeca posee en sentimientos, valores y virtudes. La otra Rebeca también lo tiene pero revertido. Es la versión bizarra, por eso su belleza se nota turbia. Por eso mira con ojos hambrientos su “yo” que está del otro lado. Por que esa tiene lo que ella no.
La luna llena es cubierta ligeramente por un puñado de nubes. Rebeca, sentada en su tocador, cepilla su cabello antes de irse a dormir. Se siente tan suave entre sus dedos y se mira tan brillante en el espejo, que hoy le toma más tiempo del acostumbrado.
Las nubes se apartan con el viento sur poco a poco, dejando caer de lleno la luz blanquecina sobre toda superficie. Un rayo de luna fugitivo pega sobre el espejo de Rebeca, permitiéndole tan solo por unos segundos, mirar a la otra Rebeca dentro del espejo. La chica advierte aquellos ojos vacíos de vida, la mueca macabra que tuerce ligeramente esos labios, los nudillos engarrotados de contener tanto, esa palidez que solo existe en los que no tienen alma.
De un brinco la joven se levanta del tocador y cubre el espejo con su toalla. La luna va quedando de nuevo cubierta por nubes espesas que no cuelan ningún rayo.
Durante los siguientes días Rebeca no sabe si deshacerse del espejo, devolverlo al mercado de pulgas, quizá, regalarlo.
Al final decide romperlo, pensando que aquel es un espejo maldito, y que solo así salvara a cualquier otra persona de mirar lo que ella no desea volver a ver.
Su madre le pregunta que sucedió con el espejo, la muchacha le dice que tuvo que mover el tocador y se rompió por accidente. Para darle una sorpresa, su madre lo remplaza por uno redondo con marco moderno en tono rosa. Rebeca sonríe complacida por el obsequio.
Después de bañarse, Rebeca se sienta frente a su tocador para secarse el cabello. Del lado opuesto, la otra Rebeca la mira con envidia.
09 Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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Cena para dos.

3 kilos y medio fue el peso de la niña al nacer. Una criatura bastante saludable, rolliza y sonrosada. Sus padres miraban con orgullo el regordete cuerpo de su niña en el cunero del hospital. El resto de las recién nacidas eran pequeñitas, frágiles. Le pusieron por nombre Cristina, como la abuela paterna muerta hace años. Con el paso de los meses los padres se maravillaban de lo bien que se desarrollaba la niña, era una criatura bastante brillante y vivaracha. Cuando tuvo tres años su comportamiento sufrió algunos cambios. Cristina tenía un apetito voraz, por que a decir de ella sufría de un hambre persistente. Los padres pensaban que era bueno que la niña comiera tanto, tenían varios casos de sobrinos que eran harto preocupantes. Brenda la hija de la hermana de Marc, el padre de Cristina. Era una niña remilgosa, nada le gustaba y comía bien poco. Su madre tenia que meterle por la fuerza multi vitamínicos para evitar la anemia. Era una niña de brazos flacuchos y cabeza grande.

Las dos niñas tienen ya diez años. Como Brenda y Cristina viven a media cuadra son compañeras de juegos. Juegos que interrumpen frecuentemente por que Cristina toma varios refrigerios durante la tarde, entre la hora de la comida y la cena. Un amigo del padre, medico pediatra. Había diagnosticado a Cristina una fibrosis quística que era la causante de su bestial apetito, para evitar problemas intestinales y de mucosas ya estaba bajo tratamiento, pero el asunto del hambre no parecía tener control. La niña sufría tos y debía llevar un inhalador consigo en caso de necesitarlo. Brenda y Cristina estaban ya acostumbradas a la rutina que las madres, a fuerza de ser madres, van construyendo alrededor de sus hijos. Jugaban por las tardes después de la escuela en el jardín de Brenda. Pero cada cierto tiempo iban a casa de Cristina para que tomara un refrigerio y su medicina. No podían jugar cosas que la cansaran demasiado por el asunto de su tos.
Una noche mientras las niñas jugaban en la sala un juego de mesa, hubo un apagón. La abuela de Brenda llamó al celular de su hija para pedirle que fuera a ayudarla, era una mujer anciana y se había quedado atorada en el garaje que solo tenia puerta eléctrica. La madre de Brenda llamó a la madre de Cristina pero ésta había aprovechado a salir por víveres. Lo más sencillo era dejar a las niñas en la casa, estarían seguras y la mujer podría ir a sacar a su madre del aprieto en el que estaba la anciana agotada de la cadera. Eran las seis cuando la mujer saliò volando. La noche comenzaba a caer como un velo sobre la ciudad.
Las dos criaturas se quedaron contentas, armaron en la recamara de Brenda una carpa con sabanas y palos de escoba. Llenaron el suelo de almohadas y cojines para acostarse sobre ellos. Tomaron la linterna del cuarto del hermano mayor para poder leer libros de miedo. El hermano había salido a su juego de americano, seguramente aprovecharía el apagón para llegar tarde a casa. Luego de dos horas leyendo y jugando Cristina tuvo hambre. Bajaron las escaleras hasta la cocina pero no encontraron nada que pudieran servirse. Las pequeñas intentaron distraerse, sacaron el tablero de damas chinas y se pusieron a jugar sobre la mesa de la cocina. Las dos sentadas sobre sus rodillas.
La ciudad entera era un caos, no había semáforos, cajas registradoras, computadoras. Incluso las gasolineras no estaban prestando servicio. Había un tráfico terrible. Las madres de las niñas se tardaron más de lo imaginado.
Cinco horas después Cristina ya tenía un hambre insoportable, la cabeza la dolía y tenia mucha tos, había tenido que usar su inhalador varias veces. Extrañamente, Brenda se sentía contagiada del hambre de su prima, ella que era siempre tan remilgosilla, ahora sentía tanta hambre que bien podría comerse un caballo entero.
Tal vez era un extraño caso de histeria colectiva, solo de dos.
Cuando la noche se volvió tan oscura como el cabello de Cristina, la niña le dijo en tono amenazante a su prima. –Tengo mucha hambre, Bren. Jamás he estado tanto tiempo sin comer, siento que la cabeza me va a reventar. Voy a tener que comerte- La otra niña la mira con ojos de sorpresa y miedo. Como comerme? piensa. Si no soy un sándwich o un pan de queso.
Cristina abre el cajón de los cubiertos y saca el cuchillo más grande. –Voy a tener que comerte- le repite a su prima que no sabe que hacer. –No, por favor Cristina, no me comas¡ Alguna otra cosa podemos hacer para que te calmes en lo que llega mamá. –Esta bien- dice Cristina con gesto magnánimo – Me conformaré con menos, dame tu corazón, me lo comeré. Nada más tu corazón.
Brenda se acuesta sobre la mesa y permite que Cristina le saque el corazón y se lo coma.
Cristina con los labios aun chorreados de sangre sonríe por haber calmado en algo su hambre. –Tu corazón es lo mas rico que he comido en toda mi vida. Ya no soportaba mas, te lo juro.
Brenda, que ahora ya no tiene corazón, brinca sobre su prima tumbándola en el suelo, y se la come a mordiscos.
01 Octubre, 2010
Lilymeth Mena.
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